miércoles, 23 de mayo de 2012

Una obra de ingeniería


Manuel Pellegrini (Santiago de Chile, 1953) fue un espigado defensa que dedicó su carrera futbolística al Universidad de Chile. Allí ganó una Copa y llegó a ser internacional en 28 ocasiones. Después de trece años como profesional, una jugada desafortunada marcó el final de su carrera: Pellegrini se disponía a recoger un balón aéreo despejado por su portero con la confianza de tener la posición ganada sobre su rival, un joven delantero de 17 años.  De improviso, el delantero se elevó por encima de él, invirtió su desventaja al quedar suspendido en el aire de forma inverosímil y remató a gol. Todo el mundo (incluido él mismo) le señaló como culpable de aquel tanto, así que Pellegrini, incapaz de perdonarse, decidió colgar las botas definitivamente.  El joven delantero se llamaba Iván Zamorano.
    Una vez retirado, Pellegrini pudo haber dedicado su vida profesional a sus estudios de ingeniería, aunque bien pudiera ser que la planificación de una plantilla y su elaborado diseño táctico tengan más que ver con su titulación de lo que a primera vista pudiera parecer.
    Debutó en el banquillo con el Universidad de Chile en 1988, pero consiguió su primer título en su país con el Universidad Católica. A partir de ahí, su carrera fue en ascenso. Primero Argentina, donde fue campeón del Torneo de Clausura tanto con San Lorenzo de Almagro como con River Plate, después Europa. El Villarreal, que preparaba un proyecto ambicioso, puso sus ojos en el chileno y Pellegrini lo llevó a codearse entre los grandes con resultados y un fútbol que despertó admiración. En 2006, tras superar a equipos como el todopoderoso Milan, sólo un penalti marrado por Riquelme en el último suspiro de la eliminatoria contra el Arsenal le privó de jugar la final de la Champions. Después de tocar techo con el Villarreal convirtiéndolo en subcampeón de Liga, el Madrid lo eligió como alternativa al Barça de Guardiola. Florentino y su entorno se lo exigieron todo y no le ayudaron en nada. Sólo le soportaron un año en el que no consiguió ser campeón pero batió el récord de puntos del equipo. Fiel a su estilo, se fue sin rechistar ni patalear.
    Cuando el “Petromálaga” le llamó, se hallaba coqueteando peligrosamente con la parte baja de la tabla. Lo fácil hubiera sido sacar al equipo de ahí pegando pelotazos, pero Pellegrini lo hizo jugando el mejor fútbol posible dentro de los límites de la plantilla.
    Para la siguiente temporada el diseño del equipo ya sería suyo: Pellegrini construyó el Málaga como una obra de ingeniería compuesta en torno a una bomba diésel (Toulalan), dos pistones subiendo y bajando por el centro del campo (Joaquín e Isco), un distribuidor (Cazorla) y un percutor explosivo (Baptista), todo ello bajo la protección de una sólida carcasa (De Michelis). Cuando tras un titubeante inicio de temporada la máquina comenzó a funcionar, ocurrió una desgracia: las piezas comenzaron a estropearse. Baptista se rompió, Joaquín inició un rosario de lesiones y Toulalan se fundió.
El ingeniero abrió la caja de recambios y se encontró con un puñado de jugadores más acostumbrados a luchar por la permanencia que a la alta competición (como Duda, Weligton o Rondón) y algunas de esas piezas antiguas que resultan más ornamentales que eficaces (como Van Nistelrooy o Maresca). Sin embargo el ingeniero no se descompuso y rediseñó el aparato en torno a un Cazorla al que (aun a riesgo de desbordarlo, como de hecho estuvo a punto de ocurrir) se le pidió el soberano esfuerzo de hacer de mediocentro, interior por ambos lados, mediapunta u hombre con libertad de movimientos. Por fortuna también contaba con Monreal, una bobina capaz de recorrer el circuito completo, y la grata sorpresa de que una incógnita como Camacho resultara ser el inyector de aire que el equipo necesitaba.
Tengo la impresión de que cuando pase la embriaguez de la clasificación para la Champions, corra el tiempo y se analice este equipo con la perspectiva de los años, nadie recordará este Málaga por el jeque Al-Thani, ni siquiera creo que se le recuerde por alguna de sus individualidades (salvo, probablemente, Cazorla). Cuando se hable de este equipo se recordará como el Málaga de Pellegrini.
Después de conseguir la mejor clasificación en la historia del Málaga, Pellegrini afirmaba con su habitual tranquilidad y modestia que en el fútbol el fin no justifica los medios, sino que hay que hacer las cosas con corrección y jugar lo mejor posible. Independientemente de que sea un caballero, un ingeniero no se plantea diseñar sus obras de otra manera.

domingo, 13 de mayo de 2012

Malos de película

¿Quién no ha vuelto durante su infancia entusiasmado del cine emulando al "bueno" con una espada o pistola imaginaria? Pasan los años y con la madurez comienzan a cautivarte esos fotogénicos malos de película. Esta es una propuesta de algunos de mis malos preferidos de la historia del cine.


¡Todos al búnker! digo... ¡Al castillo!

Hagen von Tronje (Hans Adalbert Schlettow. "Los Nibelungos". Fritz Lang, 1924). El terrible Hagen del Cantar de los Nibelungos es el arquetipo de villano capaz de llevar su ambición  desmedida hasta la total aniquilación (incluida la propia). Primero planea la traición del héroe Sigfrido y consuma su asesinato por la espalda. Después, arrastra a sus hombres a un inútil baño de sangre al matar de forma prácticamente gratuita al niño de Atila y Krimhilda. Sin embargo, a pesar de todas sus vilezas, su resistencia suicida en su último refugio le acaba dando una imagen heroica incompresible más allá del ámbito cultural germano. Tal vez, eso mismo explique a la perfección lo que estaba a punto de acontecer en Alemania.

"Como Orson me demande, visito a su mujer."
Verdoux, alias Varnay, alias Bonheur, alias Floray (Charles Chaplin. "Monsieur Verdoux". Charles Chaplin, 1947). Chaplin se adelantó a Welles para realizar su versión de Landrú, el asesino de mujeres que durante los años 20 se convirtió en el moderno "Barba Azul". Por primera vez en la historia del cine, se presentaba la paradoja de como un asesino despiadado podía ser, al mismo tiempo, un marido ejemplar y un padre cariñoso preocupado por sus hijos. Chaplin, además, convirtió el discurso final de Landrú antes de ser enviado a la guillotina en un alegato antibelicista comparando sus crímenes con el cinismo de todas esas guerras que banalizan la muerte "en nombre de la patria" .

"¡Mírame, , en la cima del mundo!"
Cody Jarrett (James Cagney. "Al rojo vivo", Raoul Walsh. 1949). Hasta el malo más malísimo y el mayor de los criminales quiere a su mamá y espera que se sienta orgullosa de su hijo. Por más años que pasen, la escena en la que el protagonista se entera de la muerte de su madre mientras está en el comedor de la cárcel, sigue siendo insuperable.

"¡No me cojas el cuchillo, me vuelve loco!"

Harry Powell (Robert Mitchum. "La noche del cazador", Charles Laughton, 1955). A medio camino entre un psicópata asesino en serie y el lobo de los cuentos de terror para niños. Y es que, a pesar de estar ambientada en la rural y puritana américa profunda, la única cinta dirigida por Charles Laughton tiene un aire de fábula infantil enmarcada en imágenes del más puro terror gótico que, como bien dice Fernando Trueba, es un claro precedente estético y narrativo de Tim Burton. Este lobo con piel de cordero que cautiva con su verborrea y juega con sus tatuajes, también pudo servir de inspiración para Robert de Niro al componer su personaje de Max Cady en "El cabo del miedo".

"Antonino, ¿Comes ostras o caracoles?"
Craso (Laurence Olivier. "Espartaco". Stanley Kubrick, 1960). Dalton Trumbo (uno de "los diez" de la lista negra de Hollywood condenado al ostracismo por comunista) fue el responsable de componer este patricio romano obsesionado con el poder, corruptor sin escrúpulos y de sexualidad ambigua, mientras que el gran Olivier fue capaz de llevarlo a la pantalla de una sola pieza. La escena en la que descabella desde el palco al gladiador Draba (Woody Strode) es, a mi juicio, una de las más violentas y brutales de la historia del cine sin necesidad de mostrar nada. Magistral Kubrick.

"Desde luego, la carne está por los suelos".
Liberty Valance (Lee Marvin. "El hombre que mató a Liberty Valance". John Ford, 1962). Ladrón, borracho, camorrista, asesino, violador... este es un malo con todas las de ley interpretado de forma repulsiva (y por tanto magistral) por Lee Marvin y el par de hienas que le acompañan (Stother Martin y Lee van Cliff). Sobre su cadáver se construyen una mentira, una carrera política y una leyenda a costa de arruinar una vida. Pero en el far west ni siquiera la verdad o la historia pueden contradecir a los mitos.

"Si me creen violento, esperen a ver
a Brando pagando la hipoteca de la isla".





Capitán William Bligh (Trevor Howard. "Rebelión a bordo". Lewis Milestone, 1962). El capitán de la Bounty es uno de los oficiales más sádicos y crueles de la historia del cine. Tanto es así, que incluso su honorable y obediente primero de a bordo Fletcher Christian (Marlon Brando), se ve arrastrado a la insubordinación y el motín. Hasta el tribunal militar que estudia el caso y le absuelve de culpabilidad le responsabiliza de "exceso de celo" en el cumplimiento de su deber. Quien no haya visto esta película siendo niño, no sabe lo que es odiar de verdad a un personaje de celuloide.

Todos sabéis perfectamente lo que está diciendo.
Darth Vader (David Prowse-James Earl Jones. "Trilogía Star Wars". G. Lucas, I. Kershner, R. Marquand. 1977-1983). George Lucas se valió de sus estudios de antropología para componer un personaje que mezcla las sagas nórdicas y artúricas con la estética de un samurai japonés y el fatum ineludible de los trágicos griegos. Es, sin duda, el malo de mi generación. En España el personaje es inseparable de la voz de Constantino Romero.

"Todos esos momentos se perderán... como lágrimas en la lluvia".
Roy Batty (Rutger Hauer. "Blade Runner". Ridley Scott, 1982). Los replicantes van a la busca de su creador para asaltarle con las mismas preguntas y preocupaciones que tenemos los humanos. No hay duelo interpretativo con Harrison Ford, pues Hauer se lo come literalmente. Su soliloquio del final (que por cierto improvisó) es, sin duda, uno de los momentos más mágicos y evocadores de la historia del cine.


Yo creo en Dios, pero temo a Keyser Söze
"El mejor truco que inventó al diablo fue hacer creer que no existía..." 
Keyser Söze (Scott B. Morgan. "Sospechosos habituales". Bryan Singer, 1995). Bryan Singer contó para su primera película importante con un reparto de campanillas (Gabriel Byrne, Kevin Spacey, Chazz Palminteri o Benicio del Toro, entre otros). Keyser Söze, es un personaje que, supuestamente, maneja los hilos de una poderosísima organización criminal, aunque su desconocido origen y naturaleza (es un ser a caballo entre lo real y lo imaginario, lo humano y lo diabólico) hace que muchos duden de su verdadera existencia. Con permiso de los seguidores de Hannibal Lecter, Keyser Söze es, a juicio de quien esto escribe, el malo de la década de los 90.
"... Y así, desapareció".

Ledger y su Joker han puesto muy alto el listón al próximo "malo".
Joker (Heath Ledger. "El caballero oscuro". Christopher Nolan, 2008). Muchos torcimos el gesto extrañados cuando supimos la elección de Nolan para el papel del mayor enemigo de Batman. Existía el precedente de Jack Nicholson y su personaje locuelo, socarrón y desenfrenado, pero el malogrado Ledger lo hizo olvidar con su magistral interpretación: este es un Joker que aterra, que saca lo peor de los seres humanos y que pone una mente brillante al servicio del caos.