sábado, 3 de septiembre de 2011

Pactar con el Diablo

Cuando comencé este blog me propuse que sólo trataría temas que me agradaran, pero una conversación con mi buen amigo Juan Moreno (gran aficionado al fútbol, deportista y colchonero de pro), me convenció de que debía escribir este artículo.

Florentino, la plantilla y el madridismo en general se han entregado a José Mourinho en cuerpo y alma
La escena inicial de esta historia es bien conocida por todos: un pobre infeliz vende su alma al mismísimo Diablo movido por la avidez de éxito, fortuna, placer y gloria. La escena final de la historia es también de sobras conocida: la satisfacción de esas vanidades no compensa, ni mucho menos, la eterna condenación del alma y, a pesar de su arrepentimiento, el Diablo arrastra hasta el infierno al pobre infeliz entre risas macabras y nubes sulfurosas.
Florentino Pérez y el madridismo no pueden negar que entregar el club a José Mourinho es pactar con el Diablo. A imagen del manager inglés, el portugués goza de plenos poderes en el área deportiva, tiene carta blanca para fichar e incluso es la principal imagen del equipo. Hasta ahí todo normal, pero hay más. Mourinho ha impuesto la antideportiva idea de que para ganar todo vale. Al igual que el Diablo, exige entrega absoluta: Mourinho ha eliminado cualquier opinión o matiz dentro o fuera del vestuario con la sectaria idea de quien no está con él y sus métodos está contra él. Una de las primeras víctimas sacrificadas en esa escalada hacia el poder totalitario fue el hombre que debería haber sido la voz de la conciencia del madridismo: Jorge Valdano, a la sazón su inmediato superior como director deportivo y en las antípodas del portugués tanto en maneras como en criterios futbolísticos. Mourinho no cesó hasta conseguir su destitución y atribuirse sus funciones.
Al igual que el Diablo, basa su poder en el terror: Mourinho ha sembrado un clima cuya finalidad es el exterminio de cualquier oposición o disidencia tanto dentro como fuera del equipo. Para ello no ha dudado en arremeter contra árbitros, estructura de la competición, jugadores y entrenadores rivales… incluso UNICEF no ha podido escapar a los ataques del entrenador portugués. Tampoco la prensa se libra de plegarse incondicionalmente a su causa so pena de ser ignorada o simplemente ninguneada con el envío de un segundón (el también “hechizado” Aitor Karanka).  Incluso se permite tener un mefistofélico portavoz capaz de protagonizar los más esperpénticos sainetes en los que se incluyen humillaciones y amenazas a periodistas.
Pero, sobre todo, al igual que el Diablo, es peligroso: Mourinho se ha permitido incluso cruzar la línea entre el ataque verbal y el físico. Como en el caso del técnico Tito Vilanova, Mourinho no se conforma con la agresión, también tiene que humillar a su víctima en rueda de prensa con un mal chiste a costa de su nombre. Ha sido lo más osado, pero no lo peor. Lo peor es que ese perverso discurso que convierte a las víctimas en verdugos y hace pasar a los agresores por agredidos ha calado en el madridismo. Incluso ha conseguido el difícil malabarismo de hacer pasar los malos modales y la agresividad por una virtud como la sinceridad, mientras que la educación y las buenas formas se convierten en un vicio llamado hipocresía. Al igual que el Diablo, es retorcido. Suponemos que Florentino debe saber que esa política de “tierra quemada” puede conducir al éxito, pero también ata su destino al final de la era Mourinho. Es lo que tiene pactar con el Diablo.

Enemigo en la contienda, cuando pierde da... ¿no era la mano?
En algunas versiones del mito existe otra escena entre el pacto y el desenlace final en la que el taimado Diablo incumple su parte del trato y precipita la eterna condenación del pobre infeliz antes de que éste disfrute de todo lo prometido. En estas ocasiones el Príncipe de las Tinieblas se vale de un nuevo pupilo (otra cándida alma corrompida) que utiliza para proponer un “doble o nada” que puede consistir en un diabólico concurso de violín o, como en la muy entretenida película Cruce de caminos, de Walter Hill, un duelo de guitarras eléctricas (con Ralph Macchio tratando de salvar el alma de un viejo bluesman frente a Steve Vai como protegido del Diablo).
Al igual que el Diablo, Mourinho siempre tiene preparada una nueva presa por la que abandona a la anterior dejándola incompleta e insatisfecha. Siendo entrenador del Chelsea ya hacía guiños hacia el calcio y el Inter de Moratti. Del mismo modo que, una vez instalado en el banquillo italiano, no ocultó sus coqueteos con el Madrid de Florentino (al que por cierto, pretendía irse sin abonar ninguna clase de indemnización por cancelar su contrato en vigor con el club interista). Y es que Mourinho no ha hecho nada por esconder quien puede ser su próximo objetivo: la selección de Portugal. Como ya dejó claro al ironizar sobre la llegada de Pellegrini al banquillo del Málaga, Mourinho jamás acepta el reto de hacer competitivo a un equipo que no sea un potencial campeón (a diferencia de Fabio Capello que hizo ganar el scudetto a la Roma tras casi veinte años de sequía y se ha propuesto otro tanto con una selección inglesa que sólo tiene en su palmarés el Mundial de 1966). Es consciente de que si tiene alguna posibilidad de añadir a su currículum un campeonato de selecciones con su país, es con esta generación de futbolistas portugueses que nadie sabe cuando volverá a repetirse. Pero para ello hay un escollo importante: la selección española. No somos pocos los que sospechamos que tras esa vehemencia por enconar las relaciones entre los jugadores de Barcelona y Real Madrid, se oculta el comienzo de un diabólico plan para eliminar a España de su camino hacia el título. 
Si ese encuentro se produce, serán los jugadores españoles (incluidos, por supuesto, los del Madrid) esos hipócritas deportistas que provocan al contrario, se tiran a la menor entrada y fingen agresiones. Puede que ese día los Casillas, Xabi Alonso y Sergio Ramos lamenten no haber tomado las suficientes lecciones de violín o guitarra eléctrica. Si es así, que Dios se apiade de sus almas.

No os perdáis el duelo de guitarras de Steve Vai contra sí mismo (obviamente él grabó las dos partes y Macchio se encargó de una estupenda interpretación en playback). Por cierto, la obra clásica con la que gana su alma es el Capriccio nº 5 de Paganini de quien, curiosamente, se decía que para tocar así el violín debía haber vendido su alma al Diablo.