Todos soñábamos con que este año el
Balón de oro recayera en un español, Xavi e Iniesta eran finalistas e incluso la
Gazzetta dello sport filtró el nombre del manchego como ganador. Los dos eran campeones de Liga y sumaban el campeonato del mundo al título europeo conseguido hace dos años. Pero nada, ni por esas.
Un anuncio de una conocidísima marca deportiva emitido con ocasión del
Mundial nos dio bastantes pistas, pero no supimos interpretarlas: Drogba, Cannavaro, Ribery, Cristiano Ronaldo... todas las estrellas de la firma soñaban como sería su vida y sus países si ganaban el campeonato del mundo ¿Todas? ¡No! Los españoles Piqué, Cesc y el propio Iniesta eran los únicos que ni siquiera aparecían sobre el campo: se les veía sentados tirando un periódico con enfado tras leer que la campeona era la Inglaterra de Rooney. Y es que, a los españoles, no se les permite ganar ni en sueños. Tal era así que, cansados de tanta frustración onírica, los chicos de
la Roja no tuvieron más remedio que hacerlo realidad.
El
Balón de oro es como los Oscar de Hollywood: como todo trofeo, no siempre deja sensación de ser justo. En el cine al menos queda el consuelo de que el tiempo deja las cosas en su sitio y las películas se revalorizan o devalúan con los años. Por ejemplo
Perdición, de
Billy Wilder, es considerada una obra maestra de forma unánime, mientras nadie recuerda ya S
iguiendo mi camino (con Bing Crosby haciendo de cura), la película que le arrebató el Oscar en 1944. Pero el fútbol, a diferencia del cine, es un efímero "arte de lo inmediato". Un partido se juega y la crónica queda para los anales, pero rara vez vuelve a visionarse. Prácticamente ningún aficionado al fútbol ha visto ningún partido completo de los ídolos de la generación anterior. Así que los jóvenes aficionados de hoy día no son conscientes de lo ridículo e incomprensible que nos resulta que gente como Papin o Matthias Sammer tengan un galardón que no recibieron Klinsmann ni Maldini (por citar sólo un par de ejemplos).
Nadie duda que Messi sea el jugador más espectacular, explosivo y desequilibrante del planeta y decir que no merece el trofeo sería una barbaridad, pero desde que el
Balón de oro y el
FIFA world player se unificaron en 1995 (antes el trofeo estaba limitado a jugadores del continente europeo), una ley no escrita dictamina que los años de
Eurocopa y, sobre todo,
Mundial, consagran a un jugador de la selección campeona. Al menos ésa fue precisamente una de las excusas para no reconocer a Raúl González (y mis escasos lectores saben que no soy nada sospechoso de
madridismo), un hombre que, además de serlo todo en el Real Madrid, ganó con su equipo la friolera de seis Ligas y tres Copas de Europa.
¿Qué queda al final? Una sensación de injusticia y frustración generalizada. Porque, si a estos chicos no les ha servido de nada ganarlo todo con sus clubes y selección... ¿cuándo le darán el
balón de oro a un español?
Yo, por si acaso, le recomendaría a Luis Suárez que duerma con el
balón de oro bien agarrado. No sea que vengan durante la noche y se lo arrebaten aprovechando su sueño.